Por muchos años que pasen, por muchos ojos que te recorran, por muchas guerras y batallas que pasen, nadie te olvida, de eso se encargan tus paisanos, de eso se encargan los libros y los tratados, las pinturas, las mismas que tú te encargaste de que estuvieran siempre allí, que te hicieran inmortal, que todos te temieran a pesar de que ya seas polvo.
Hasta tu tumba es majestuosa, a pesar de haber caído en desgracia antes de la muerte. A pesar de ser un estratega un tanto errático al final, a pesar de haber alimentado tantos enemigos, sobretodo en tu Francia de emperador auto coronado.
Piedra roja y fría, como la sangre que se derramó por ti y contra ti en tantos campos de batalla, ni acercarse a ella te dejan, parece como si aún tus Corsos, de coletas y pendientes de oro te protegieran como si les fuera la vida en ello, como si el destino de su vida y de su país se fuera en intentar y conseguir que nadie se acerque a tu tumba, a la de su emperador.
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