Antiguo barrio judío, nuevo barrio gay, en realidad sigue siendo lo mismo, pues los judíos ortodoxos, los viejos rabinos, se juntan con los nuevos habitantes del barrio, que abren bares y tiendas que decoran con la bandera de arco iris, la bandera de la libertad para muchos.
No podía ser de otro modo, barrio antiguo de mente abierta y calles serpenteantes. Calles que ayudan a perderse, tanto de forma consciente como inconsciente. Carteles y más carteles anuncian plazas, hoteles, museos y restaurantes. Y en el fondo nada, porque nada esta allí cuando paseas por el viejo barrio del Marée, porque mientras pateas las viejas piedras del suelo centenario poco o nada importa quien lo habite, o quien tenga allí su negocio o su vida.
Porque eso es así, lo más importante del barrio no es si es más de los judíos, o más de los gays, lo importante de este barrio es andarlo, pensarlo mientras te encuentras en él, y soñarlo cuando lo tienes lejos, pues es un barrio de muchos y de nadie, porque es un barrio que cuando lo visitas, solo pertenece a una persona. A ti.
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