Un día desperté, amanecí, más tarde de la cuenta o más pronto de lo debido. No lo se, ¿y quien lo sabe?. Nadie lo podrá saber, porque quien o quienes, son capaces de decidir lo que es bueno o malo, que es lo real o lo fantástico. Y al fin y al cabo todo es así, como se ve, o como se cree ver. Esa es la verdad, lo demás son piruetas, parábolas y trapecios colectivos, mentales y sensuales a la par.
Ese día desperté y allí estaba ella, la calzada llena de arena como si fuera el Sahara, sin coches, pero con bañistas, allí también estaban ellos. Ellos, no fueron colocados, pero llegaron, llegaron con aquellos que se apresuraban azarosos a la arena. Esa arena con fecha de caducidad, pues en la ciudad de las luces, todo tiene fecha de caducidad, los sentimientos, las lluvias y hasta la playa.
Por eso, otro día me desperté temprano, o tarde no lo se. Y ella, había desaparecido por completo, habían vuelto los coches y se habían ido los bañistas, y con ellos sus sueños de verano, que olían a caducos y prosaicos.
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