Cuando su autor Courbet
la pintó, no supuso o no quiso suponer la gran polvareda que
levantaría, entre sus entonces contemporáneos, y que llegaría
hasta nuestros días. El cuadro ya lo ven, no es grande, pero si
curioso, tanto que la imagen sensual de la mujer descansando entre
las sabanas, rompió con lo anterior, la perspectiva del sexo
femenino, además atentó contra el puritanismo de muchas personas de
la época.
Es por ello, que la
mayor parte de su vida, que la mayor parte de sus años de
existencia, ha permanecido oculta, escondida, en muchos casos bajo
otros cuadros, otras veces en grandes gabinetes privados, donde solo
podía ser contemplada por sus dueños. Algo así le sucedió a la
Maja desnuda de Goya, o la Venus del Espejo de Velázquez, que
durante tantos años permanecieron ciegas al mundo, por el escrúpulo
de los gobernantes de la vieja y perra España.
Incluso los entendidos
en arte de la época criticaron la obra, así como a la Olympia de
Manet, amigo y pintor de cuerpos femeninos a la misma escala, que se
vieron apuntados por los talibanes de mente estrecha de la cerrada y
excluyente sociedad francesa. Hoy incluso, a pesar de ser una obra
conocida, y el sexo no ser un tema tabú dentro de la sociedad
europea, llama la atención ver a los no iniciados en el tema del
arte, situarse ante la obra, y ver sus miradas esquivas mientras
pasan frente a ella, ruborizándose y mirándola solo de reojo, como
si de un voyeur novecentista se tratase.
¿Tienen el pudor o el rubor que asociarse necesariamente a la estrechez o a la ignorancia?
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