Durante los años de la
Gran Guerra, debió ser un café de los de toda la vida, del barrio
de la izquierda del Sena, desconozco si por entonces, ya era la zona
de los barrios de la gente bien que dirían en mi tierra, o si era
simplemente un barrio, donde se daban citas estudiantes, maestros,
periodistas, escritores-ya saben gente que se gana la vida con la
palabra-, a los que seguramente se les juntaría algún pintor
despistado, amante de la buena vida y del absenta a partes iguales.
El caso es que en esa zona, los corresponsales de todo el mundo,
hablaban y compartían café, con profesores de universidad y
alumnos, charlando sobre los avances de los frentes, las batallas, y
los ensayos con la nueva artillería.
El nombre de este café,
lo leí en una novela, y me acerqué allí a tomar un café, la
terraza, demasiado concurrida para la época, dejaba oír el murmullo
del turisteo, los camareros vestidos casi de etiqueta-desconozco
también si durante la Primera Guerra Mundial, lo hacían así-,
miraban, con más desconfianza que otra cosa, al personal que iba y
venia entre las mesas que debían atender.
En frente se levanta, la
iglesia de Saint Germain-des-Pres, con su mezcla de estilos
arquitectónicos y su torre acabada en tejado triangular. El café no
era malo, tampoco fué barato, pero la atención del personal, su la
mala jaez, no eran ni un asomo de lo que contaba el libro sobre dicho
café, y dicho personal en la Primera Guerra Mundial, en fin hay
cosas que cambian, tal vez demasiado, y por mucho que lo creamos,
seguramente nunca volvamos a ser tan educados, ni tan cultos como lo
fueron nuestros padres, o nuestros abuelos, porque el culmen de
nuestra sociedad sucedió durante los años del siglo XX, y ahora
estamos en clara decadencia. Por lo menos el interior, era el mismo
que en julio de 1914, esta vez si, esboce una leve sonrisa.
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