Su último descanso,
aunque poco descansado, más visitado de lo que deberían o
debiéramos, los huesos, las tibias, fémures y calaveras de más de
diez siglos de franceses, parisinos, foráneos y visitantes, que
tuvieron la mala suerte de dar con sus huesos en la tierra de París.
Nunca mejor dicho,
catacumbas francesas, muy lejos de las paleocristianas de Roma, muy
lejos en forma, en fondo y en tamaño, miles, millones de calaveras
te miran pasear junto a ellas, como un tétrico aviso. Tú también
acabarás así, pero por lo menos, cuidate mucho de no ser un mono de
feria por la eternidad.
Las primeras llegaron
allí desde el antiguo cementerio de los Inocentes, en Les Halles,
cuando en el siglo XVII se produjo una epidemia, y decidieron
trasladar el cementerio, por si las moscas, ya me entienden. Después,
todo fue un paseo militar, todo el centro de París fue levantado y
sus muertos apilados en estas formaciones huesudas, de húmedad,
tierra y flases de turistas.
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