Todos los países, todos
los Imperios se creen indestructibles, poderosos, pero ninguno se da
cuenta de que no lo son tanto, hasta que les pican el billete. Les
paso a los españoles y su invencible armada en el mar inglés, a los
franceses en España, a los ingleses con Irlanda, a la URSS en
Afganistán y a Estados Unidos en Vietnam, en Afganistán, en Iraq, y
lo que te rondaré morena.
En París, se recuerda,
no con parsimonia, ni en la lejanía, sino a pie de calle, orgullosos
de lo que fueron, y de lo que son, algunos se siguen creyendo que son
los que fueron hace doscientos años, pero nada más lejos.
Es raro, ver una plaza,
un barrio, sin que algo recuerde a Napoleón, a su Gran Armada, que
ya no lo es tanto, o a su defensa nacional, olvidando la historia
reciente, donde recularon y capitularon sin rechistar con los chicos
de Adolfo, y otros, a los que no les iba ni venia, les sacaron las
castañas del fuego.
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