Cierra los domingos, como
se hacía antes, incluso en algunas cafeterías, él sigue
haciéndolo, abierto hasta las tantas cada día, sobre todo los
sábados, siempre lleno, por algo es, bebida barata, en la ciudad de
la bebida prohibitiva, cerveza casi a precio de costo, por lo menos
en lo que a París se refiere.
Bar de barrio, de gente
conocida, a la que la dueña conoce, saluda como si fueran de la
familia, conociendo sus gustos y sus gastos, su lugar de residencia y
en nuestro caso, nuestra nacionalidad, y nuestras preferencias.
Un café como los de
siempre en París, que no llegó a ser lo que se buscaba, o que si lo
consiguió, nunca se sabe, lo cierto, es bastante agradable sentarse
en una de sus viejas mesas y sillas de madera, y tomarse algo
mientras se habla de cosas serias o banalidades, aunque a veces la
música resulte demasiado alta para la charla.
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