Pasear por el centro de
París a veces tiene estas cosas, lo que normalmente está lleno de
turistas, de cámaras y de flases, a ciertas horas queda libre de
polvo y paja, libre para los que decidimos pasear a deshoras, o en el
mejor momento.
Es curioso, ver los
grandes monumentos de la ciudad casi a oscuras, como los verían los
habitantes de la ciudad, de los barrios cuando se crearon, es mucho
más curioso, mucho más interesante tal vez.
Esto ocurre con las
gárgolas, las cabezas sonrientes, o con cara inconcreta, las
esculturas de la catedral de Nuestra Señora. A veces, como es el
caso, se queda una luz encendida, no se si es fruto de la mala
memoria, o simplemente es mero gusto, pero lo cierto, es que ver de
repente una pequeña luz, enfocando a esa figura siniestra, mientras
el resto de la gran construcción se sumerge en la sombra, crea una
sensación difícil de explicar.
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