No recuerdo ninguna
ciudad europea, de la que he visitado en los últimos años sin
ellos, me explico, tienen que darse ciertos matices claro. Una ciudad
importante y muy visitada, un río con caudal más o menos
importante, un río con nombre importante, y un puente céntrico, no
importa el material con el que esté construido, solo que tenga algún
saliente o algún diseño, en el que estos polizones de metal puedan
agarrase, como lapas al casco de un barco mercante.
En París, existen
varios de ellos, tal vez más de los que yo tengo contados, censados,
pues si una cosa abunda en esta ciudad, además de los turistas, son
los puentes. Abundan los candados del amor en la parte trasera de
Notre Dame, en el Puente del Archiduque, pero donde sobre salen en
mayoría es en el Puente de Las Artes. Incluso los quioscos de
libreros los venden, a precio elevado. El que algo quiere algo le
cuesta, y viajero prevenido vale por dos, y lleva el doble de
equipaje, ya saben, el refranero castellano.
Es un sitio curioso,
entrada o salida del Museo del Louvre y del Instituto de Francia, con
el Gran Palacio a estribor y la catedral de París babor. Puente
peatonal, de madera y de metal, donde los seguidores de un escritor
italiano, un tanto ñoño, o tal vez simplemente juvenil, lo pusieron
de moda. Otros sin más, sin conocer el por qué, los colocan allí,
sin más.
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