Cuando el barrio cambió, cuando el turismo se apoderó de sus calles, de sus tiendas y hasta de su espíritu, alguien decidió, que también debería perder su mercado central, su mercado de abastos. Hoy parece tan lejano, esa idea de que cada barrio, de cada ciudad, tuviera el suyo, que parece otra vida.
El mercado a la sazón se llamaba, o se llama de Saint-Pierre, sigue estando allí, recordando aquel pasado, aquel barrio de artistas y vicio, que nuca debió dejar de serlo, para convertirse en lo que se ha convertido últimamente.
Su estructura sigue intacta, en pie, junto a la colina del Sagrado Corazón, sobre los adoquines y junto a la cuesta, que te transporta en el tiempo, y en la ciudad, pero ya no se vende fruta, ni tan siquiera huele a mercado, no huele a vida. Hoy en su interior hay espacios de arte, y clases con actividades para los niños del barrio. Por lo menos, no lo destruyeron para crear un cubo sin vida.
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