Cuando paseas por el viejo canal de Saint Martan en invierno, la sensación de desamparo, la acción del olvido, la palabra sin voz se hace forma y se posa antes tus ojos. Los recuerdos del no tan lejano verano, con la música, y la gente bebiendo vino, comiendo queso, hablando de lo que se habla en estos escenarios, se torna una puñalada de frío Siberiano.
El hielo, se apodera del canal, y de la música, y sobre todo de la gente que comía queso y bebía vino, ya no se ven barquitos por la zona, solo placas de hielo rotas, ni tan siquiera ellas, han sido capaces de aguantar la insidia de la falta de alma en la zona, de la falta de vida.
Hasta el ayuntamiento pone carteles, para matar la vida y las historias que contar. Hoy ya no se ven en las noticias, fotos de niños o adultos andando sobre el hielo del canal, esta prohibido, no digo que sea malo, pues más de uno se daba un chapuzón, y alguno un susto. Pero cuando las cosas eran más peligrosas y menos anunciadas, la vida era más vida. Y las ciudades grandes e impersonales, menos impersonales.
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