miércoles, 8 de febrero de 2012

COLUMNA DE JULIO.



Cuando pasó a escombros, cuando el pueblo se hartó, como se esta hartando ahora, como acabaran hartándose, cuando desapareció de su ubicación la cárcel de La Bastilla, la plaza más grande de la ciudad se quedo vacía, o casi, pues tras una temporada colocaron en medio la famosa guillotina.

Tras poner el collarín de filo y sangre a más de uno que no se lo esperaba, y a más de cien que si se lo esperaba, se quito el filo, la escultura sangrienta, que mejor representó la revolución del país vecino, decoración tétrica que de haber formado parte de la decoración de otras plazas, en otros países, hubiesen servido para evolucionar muchas cosas.

Hoy allí se levanta algo más turístico, una columna parecida a la romana de Trajano, con una escultura dorada en su parte superior, guiando a toda la ciudad, un ángel dorado, el genio de la libertad, que corona una base marmólea que contiene algo especial y que poca gente sabe. Los restos mortales de los muertos en las revoluciones de 1830 y 1848.

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