Como si se abriera la puerta de Liverpool en medio de París, escondida entre los grandes bares y las brillantes luces de las noches parisinas. Apareció como sin querer molestar, y sin querer molestar se marcha, con la cabeza alta, y dejando a los asiduos tristes.
Le Cavern, dos plantas de diversión, la primera un bar estrecho, sin más, barra, alcohol y risas. La segunda, es la caverna propiamente dicha, roca y música en directo, pequeña replica de la de los Beatles, con gente distinta, animada y con Momo el dueño, que da forma de Santo Santorum al lugar.
Tras tantos años de trabajo nocturno y noctambulo, sin cobertura y sin necesidad de mirar el reloj, pues dependiendo de las caras que quedaban deambulando por allí, se vislumbraba la hora sin necesidad de uno. Hoy es su último día, su última noche, hoy es su última fiesta, su último aliento de vida.
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