Cabaret de los de antes, de los de siempre venido a menos, pero manteniendo la frente alta, sin prostituirse como el que fue siempre su mayor competidor, el del Molino Rojo. Nacido a los pies de Montmartre, cambió varias veces de nombre y su fachada cambió a Art decó, cuando debía hacerlo, una maravilla arquitectónica y teatral, mal usada en los últimos tiempos.
Cuando el can-can se cansó de moverse, cuando los ojos dejaron de danzar a su alrededor, las vedettes guardaron sus encantos al mejor postor y la calle se volvió turbia y desolada, como el alma de los pintores que eran perennes en su bar, tanto que lo retrataron mejor que nadie, como Manet.
Desde Charlot a Frank Sinatra, desde Joséphine Baker, parapetada tras una pequeña falda hecha de plátanos, hasta la Bella Otelo, pasaron por allí, y aún suenan sus pasos y sus sentidos. Aún todos recuerdan las inolvidables actuaciones aquí, de Mata Hari y Édith Piaf. En fin cartel de bandera.
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