Sin duda, no es de los
barrios más recomendables de la ciudad de París, la zona cercana a
la Porte de la Chapelle, barrio duro, donde nadie tiene nada que
perder, y en la mayoría de los casos, tampoco tienen mucho que
ganar. Barrio sucio, peligroso, ni la policía sabe apenas lo que
allí ocurre, porque apenas pasan por él.
Pero a veces, es
importante pasearse, andar por esos sitios, donde nadie anda, donde
nadie pasea, donde solo se vive, peor que mejor, pero donde los niños
son felices, y juegan en los parques, como si su situación fuera la
mejor del mundo. Ningún niño rico-pensé en ese instante-, reirá
nunca con la verdadera sonrisa, que presentaban los hijos de los
padres drogados, camellos, y demás, que abarrotan estas calles.
Por que los niños son
como el arte, cuanto menos se tiene más se aprovecha, más se lucha
y más se disfruta de lo que se consigue. Y así, sonriendo por
verles felices, rodeados de la miseria a la que les condena la
ciudad, y la sociedad, apareció de repente esta gran cara en una
pared cercana al parque. Y volví a mirar a los niños que saltaban
en el parque, y pensé que tal vez no sea el momento de quemar las
naves y matar a Caronte.
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