Por fuera es como los de
antes, de sesión continua, películas en blanco y negro, besos
furtivos de última fila, y años de juventud, juventudes de otras
vidas, de otras épocas. En fin, algo queda, aunque sea la neblina de
la añoranza, del viejo que piensa en su juventud con una media
sonrisa en la boca.
Lejos de las salas de
última generación, lejos de las gafas tres dé, lejos de la
tecnología tridimensional y de las películas de acción altruista.
Esas películas francesas, grabadas con lo básico y que cuentan
historias básicas también, pero cercanas a la realidad que se ve,
que se huele en la calles de la ciudad de la luz.
Unos cines de los pocos
que quedan, levantando la cabeza y luchando por no desaparecer
engullidos por la modernidad, o lo que llamamos modernidad, aunque en
realidad no lo sea, pues los nuevos cines, las nuevas películas
quieren llegar a ser tan reales, tan certeras y cercanas, que
llegarán a darse cuenta, que lo que quieren inventar ya existe. Se
llama teatro.
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