sábado, 10 de marzo de 2012

CINEMA.




Por fuera es como los de antes, de sesión continua, películas en blanco y negro, besos furtivos de última fila, y años de juventud, juventudes de otras vidas, de otras épocas. En fin, algo queda, aunque sea la neblina de la añoranza, del viejo que piensa en su juventud con una media sonrisa en la boca.

Lejos de las salas de última generación, lejos de las gafas tres dé, lejos de la tecnología tridimensional y de las películas de acción altruista. Esas películas francesas, grabadas con lo básico y que cuentan historias básicas también, pero cercanas a la realidad que se ve, que se huele en la calles de la ciudad de la luz.

Unos cines de los pocos que quedan, levantando la cabeza y luchando por no desaparecer engullidos por la modernidad, o lo que llamamos modernidad, aunque en realidad no lo sea, pues los nuevos cines, las nuevas películas quieren llegar a ser tan reales, tan certeras y cercanas, que llegarán a darse cuenta, que lo que quieren inventar ya existe. Se llama teatro.

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