domingo, 4 de marzo de 2012

APARICIONES.



Si no fuera por la sobriedad del instante, se podría decir perfectamente que es fruto de la ingésta de absenta o ajenjo, de que se nos ha ido de las manos el vino dulce de Montmartre, o el pastis marsellés se nos ha subido a la cabeza.

Es un barrio idóneo para todo eso, además de para enamorarse de unos ojos que se mueven tras un can-can, de una cabeza inteligente que se esconde tras un corte del pelo a lo garçon, de la camarera del café de tus sueños, mientras una leve música suena a tu alrededor, y los enanitos de jardín se esconden a tu paso.

Pero, es más fácil, más triste y más real, son las estatuas, pequeños monumentos levantados en las pequeñas plazas de Montmartre, en muchos casos no son gente conocida, por lo menos demasiado, son tan solo vecino, queridos y desaparecidos, a los que sus anteriores amigos les vienen en falta y han decidido homenajearlos. En fin, París.

No hay comentarios:

Publicar un comentario