Lo avisé, con fuerza y ahínco, solo comparable al que un anciano encorvado para ver su tumba, anuncia y avisa a sus familiares para afrontar lo que les toca, y en esta os veréis más pronto que tarde. Y aquí están alfombrando de nuevo las aceras, esos abetos, que tan solo hace unas semanas alfombraban las tiendas, los bistros y las braserias, que paseaban por las calles de la ciudad de la luz, en las manos de sus felices dueños y que ahora pasean por esas mismas calles de otra forma mucho más peregrina.
Ahora nadie los quiere, nadie los valora en si, nadie quiere poner regalos bajo sus ramas en enero, mucho menos en febrero. Nadie se acuerda de ellos, los abandonan en medio de las rúas, junto a los contenedores verdes, en las esquinas más incógnitas, en las más vejatorias situaciones.
Nadie recuerda hoy, las risas bajo su sombra, la ilusión de sus hijos junto a ellos al abrir los regalos, las pataletas de algunos por no encontrar lo que ansiaban en su interior. Nadie ve en ellos ya, los reflejos de los momentos, buenos y malos, los reencuentros familiares y las disputas que también familiares son. Ahora los abandonan a su libre albedrío, como abandonarían también a cualquiera que dejara de hacerles la labor que necesitan. Desagradecidos.
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