domingo, 22 de enero de 2012

CIRCO DE INVIERNO.



Cuando ladran los perros del amanecer, cuando aúlla el hombre lobo bajo la luna de París, sobre las ruinas romanas, y sobre las ruinas de los tantos amores rotos en la ciudad del amor. Cuando comienzan a encenderse las primeras farolas eléctricas, las antiguas salamandras de gas, cuando los soñadores salen de sus escondites y los tímidos rompen su cascarón, es entonces cuando abre sus puertas.

Circo de invierno, café de verano, punto y coma intelectual y circense, con música para que baile don nadie con cualquiera, caras risueñas, ojos encendidos, heridas desangradas, anonimato formal, oficial y oficioso, abierto hasta que al punto final, no lo siguen dos puntos suspensivos.

En medio de una avenida (des)conocida, cerca de una plaza sin-con bullicio, se levanta el circo de invierno, circo de otra época, de otras personas, de otro tiempo, donde la labor circense era representada en lienzo y escultura por los grandes artistas, los artistas de otros tiempos.

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