martes, 17 de enero de 2012

ATARDECER.



Como si el mismísimo infierno estuviese allí, a tiro de piedra, a la vista, tras las cuadradas torres de la catedral, un poco más allá de la colina del Panteón, como si esa aurora atardecida estuviese devorando Montparnase, como si ya no hubiese nada más allá de la Plaza de Italia, nada más acá de Saint Sulpice, fin del mundo en Parque de Luxemburgo.

Sin prisas por cerrarse la última luz del sol, como si la misa del réquiem diario al atardecer horizontal, se fuera perdiendo poco a poco en el tiempo entre la ciudad vertical, como si el día tuviéra pereza por dejar en la sombra total la ciudad, como si tuviera miedo, a que la pálida dama se hiciera fuerte en esas horas oscuras y solitarias.

Lo cierto es que a sabiendas, de que todos los días se ejecutará la pena de muerte tras la silueta de la orilla izquierda del Sena, hay días como este, en que parece que duda en irse o quedarse, pues centenares de personas en la ciudad, lo miran impávidos, pensando que tal vez el sol se quede allí hoy, por siempre.

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