Las hay en cada esquina, en cada calle, pequeñas tiendas de ultramarinos, como las de antes, que te solucionan un problema de última hora, leche, pasta, vino, lo que sea. El paso del tiempo, la globalización, la estupidez humana, aunque sea redundante, pues la estupidez fue creada por y para los humanos, esa estupidez creciente, ha llevado a cambiar el nombre a estos locales. Antiguos ultramarinos, nuevas epiceries.
El nombre no es alternativo, no es por azar, tal vez sea un poco marcado por el antiguo racismo post colonial, simplemente son eso epiceries, porque sus dueños son árabes, o sus descendientes, antiguos colonos que ahora viven en la metrópoli, y por sus especies de ricos colores y gustosos olores, se vieron abocados a cambiar el nombre de su negocio, por el vocablo popular.
Todas son iguales, pero totalmente distintas, todas son grandes y a la vez pequeñas, apenas unas estanterías, que acogen productos de medio mundo, sin preguntar, simplemente porque la globalización y la estupidez obligan.
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