Una sensación más que un derecho, un bar febril como una carta de amor en febrero, lleno de perdidos, de dandys venidos a menos, más tristes que un escritor sin nada que escribir, sin nada que observar. Bar de vencidos, de viejos camaradas de la Comuna Parisina, de furtivos inquietos y de borrachera fácil.
Allí la gente no reza por miedo a creer, no miran por miedo a amar y no sueñan por miedo a ser libres, por miedo a tener que dar explicaciones, por temor a perder lo poco o nada que atesoran, que los rodea.
Poco se les puede decir, nada se les puede enseñar, solo observar y a menudo reír, pues algunos exiliados que allí beben, toman su vino oxidado y amargo, mientras miran por la cristalera por donde nunca entra el sol su lejana patria. Mientras la oscuridad a fuera crece, porque el verdadero sol esta en su interior.