Durante el año hay
tiempo para todo, en el campo nacen distintos tipos de vegetación de
hongos. En los restaurantes hay tiempos variados para según que tipo
de comida, es decir no se puede comer una lamprea a la bordalesa en
julio, por muchas ganas o dinero que tengas.
Pues bien, eso es más o
menos lo que ocurre en París con el turismo, siempre está, en mayor
o menor medida, todos los días por muy malo que sea el tiempo, o por
mucho calor que caiga del cielo, siempre hay turistas, siempre hay
gente con cámaras fotográficas, con postales a cuestas, con
recuerdos de esos que alicatan las tiendas de imanes de los barrios
viejos.
Llega el verano, o el
pseudo verano parisino, y las calles, los museos, los restaurantes se
abarrotan de ese mal necesario llamado turismo, vuelven las chanclas
de goma con calcetines blancos, los exabruptos cuando no les cuadra
lo que nunca puede cuadrar, y el no poder andar por las zonas
céntricas sin ver interrumpido tu caminar por ordas de gente que van
mirando al cielo con la boca abierta. Aunque supongo que también
tendrá algo bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario