domingo, 10 de junio de 2012

TURISMO.


 Durante el año hay tiempo para todo, en el campo nacen distintos tipos de vegetación de hongos. En los restaurantes hay tiempos variados para según que tipo de comida, es decir no se puede comer una lamprea a la bordalesa en julio, por muchas ganas o dinero que tengas.

Pues bien, eso es más o menos lo que ocurre en París con el turismo, siempre está, en mayor o menor medida, todos los días por muy malo que sea el tiempo, o por mucho calor que caiga del cielo, siempre hay turistas, siempre hay gente con cámaras fotográficas, con postales a cuestas, con recuerdos de esos que alicatan las tiendas de imanes de los barrios viejos.

Llega el verano, o el pseudo verano parisino, y las calles, los museos, los restaurantes se abarrotan de ese mal necesario llamado turismo, vuelven las chanclas de goma con calcetines blancos, los exabruptos cuando no les cuadra lo que nunca puede cuadrar, y el no poder andar por las zonas céntricas sin ver interrumpido tu caminar por ordas de gente que van mirando al cielo con la boca abierta. Aunque supongo que también tendrá algo bueno.

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