miércoles, 6 de junio de 2012

NUBES.


 Húmedas, con olor a tierra, creando un cielo empedrado, que augura lluvia unas veces, aire otras, a veces cuando se oscurecen, cuando se juntan y asemejan un bloque de metal y están a punto de romper sus vientos sobre la ciudad, te asustan, no se espera otra cosa que agua, truenos, rayos, granizo o nieve. Carreras buscando resguardo en fin.

Otros días, blancas, claras, suaves, como algodón móvil, que se deslizan ligeras sobre un cielo azul, brillante, tanto que parece un fondo pintado con lapislázuli, un color bello, para englobar un lugar bello, casi único de la ciudad de París, el barrio de Montmartre, el Sagrado Corazón.

Un lugar idóneo para mirar el cielo parisino, uno de los puntos más altos de la ciudad, uno de los puntos más concurridos por los turistas, por parisinos y por los no parisinos, que viven en la ciudad de la luz. Solo hay que sentarse en su césped, en alguno de sus bancos, o en cualquiera de los adoquines que sirven de acera, mirar al cielo, ver las nubes, sentir su inspiración.

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