Tiene mucha historia,
como tantos edificios de París, como todos los edificios que
albergan la comisión parlamentaria, los diputados, o congresistas de
cualquiera de los países de este patio de vecinos gorrones,
sinvergüenzas y mal educados que algunos llamamos mundo.
En este, el de París,
no hay tiros de ningún guardia civil bigotudo, henchido de sed de
poder, y de cerebro comido por un general ambicioso y más
inteligente que él, pero menos de lo que él pensaba, lo que si que
hay son esculturas a las puertas, nada de leones, sino filósofos y
hombres de letras y política, al igual que en su tímpano. Lo que no
cambia es la vigilancia, mucha, día y noche, se encuentre allí
algún diputado, congresista, presidente o ujier.
Se levanta en uno de los
laterales de la plaza de la Concordia, enfrentado a la iglesia de la
Madeleine. Es curioso, sobre todo para los españoles que por allí
pasean, y ven su nombre en una pequeña y bronceada placa, pues el
palacio no recibe el nombre de Asamblea Nacional sin más, sino que
es conocido como Palacio Bourbon-no el whisky-, sino Borbón, el de
la familia real.
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