Es tan típico cuando
empieza el buen tiempo-o lo que sea que llega con el verano en
París-, como ver los fuegos de artificio el catorce de julio en los
Campos de Marte, o ver atardecer cerca de Notre Dame mientras se
disfruta de un pic-nic en buena compañía.
El canal de Saint-Martín
hacia el norte de la ciudad, es uno de esos enclaves que hacen que la
ciudad tenga otra atmósfera, que las ganas de quemar las naves y
matar a Caronte dándole con un remo en la cabeza desaparezcan
durante un rato. El sol cayendo, el frescor del agua estancada y
algún que otro barco que surca sus aguas, mientras los puentes se
mueven para franquearles el paso.
No suele ser lugar de
turismo-o no lo solía-, supongo que estas referencias y algún
pequeño artículo en alguna guía de viajes, y el boca a boca, esta
quitando la virginidad del turismo a cualquier punto de esta y de
cualquier ciudad, pero es el peaje a pagar por el disfrute de una
ciudad y de sus más recónditos rincones. Un mal necesario que
dirían algunos.
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