O más bien con gusto
consumo. Llega el supuesto verano parisino, verano de lluvia perenne,
de aire torrencial, viento y frío nocturno y mañanero, llegan
también los turistas, que normalmente llenan las calles de la ciudad
de los antiguos bohemios, pero que en esta época no solo las llenan,
sino que las abarrotan.
En realidad, lo
abarrotan todo, las calles, los restaurantes, los vagones del metro,
las bolangeries, y todo lo que pueda imaginar, pensar u
observar allá donde le alcance la vista, por no hablar de los
museos, de los monumentos. Pero eso es otra historia, pues en parte
les pertenecen, lo necesitan, tanto los turistas, como los museos,
como los parisinos.
Si los turistas que
consumen en las grandes galerías, en los grandes almacenes, sino
fuera por ellos, los monumentos de la ciudad, permanecerían
desiertos, abandonados, casi hundidos en la miseria y el olvido. ¿Que
sería de la torre Eiffel sin los miles de turistas?, ¿o de de Notre
Dame?, ¿quien los visitaría?, ¿quien los haría lo que son?,
¿quien les daría su importancia?.
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