Lo cierto, no vamos a
engañarnos, los taxis, los taxistas parisinos, son igual que el de
cualquier otra ciudad, que los de cualquier otro país-hablando
siempre de Europa, claro-. El logotipo, blanco, con letras rojas y
negras, bajo él, tres luces...libre, ocupado, en retirada.
Cubren las calles de
toda la ciudad, van y vienen por donde quieren, sus carriles propios
y los no tantos, las paradas se centran en calles principales y
plazas, donde aún se ve la vieja cabina telefónica, donde de
repente suena, y el taxista de turno sale y contesta, aunque ahora
todo es mucho más moderno.
No es raro verlos a
cualquier hora y en cualquier barrio-o casi-, en esta ciudad, también
nos encontramos barrios poco frecuentados por los taxistas, al fin y
al cabo, apenas entra la policía, tampoco es tan raro no ver a un
taxista, nadie se juega su pellejo por gusto. En fin lo de todas las
ciudades, los hay más y menos honrados, más y menos simpáticos, y
más y menos timadores para con el turista.
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