Como en todas las
grandes ciudades, en las capitales de cada país, en las ciudades
donde la afluencia de turistas es alta, o lo suficientemente amplia
como para poder vivir de su música, o por lo menos darla a conocer,
aparecen. Lo hacen en cada plaza o esquina, sobre todo cuando el
tiempo ayuda, que en París es casi nunca.
Desde la plaza de Nation
al Trocadero, desde el parque de La Villete a la Plaza de Italia,
aparecen, difuminados por todas la calles, casi por cada una de las
paradas de metro o de tranvía, son la otra decoración de la ciudad,
lejos de la fotografiada y vista por los visitadores de la ciudad de
la luz.
Como en todo, los hay
mejores o peores, los que te alegran el día y los que te ponen de
mal humor, por que llevan a cabo su tarea de forma mala, nula, o
porque tocan en un mal momento, incluso en un mal lugar. No es este
el caso del hombre de la fotografía, hombre que alegraba el día-más
bien la noche-, a los paseantes de la céntrica zona de Odeón, un
tipo mayor, sonriente y de ágiles dedos que hacían salir lo mejor
del piano que tocaba, a la puerta de un pequeño quiosco de prensa.
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