“Si
la verdad tiene que morir, mi Balzac será hecho pedazos por las
generaciones futuras. Pero si la verdad es imperecedera, profetizo
que mi escultura hará su camino. Esta obra, sobre la que se burló
todo el mundo y que fue ridiculizada por todos los medios, ya que no
era posible destruirla, forma el núcleo de mi vida, el eje de mi
estética. Desde el día que la concebí soy otra persona”.
Estas
palabras fueron obra de Auguste Rodin, el insigne escultor parisino,
tras inaugurar la estatua en honor de su amigo el escritor,
dramaturgo e intelectual Honoré de Balzac. Amigo este que murió
como él, en la mayor de las pobrezas a pesar de haber cosechado el
éxito de su tiempo y de sus contemporáneos.
La
escultura como tal-la original-, si es que se puede hablar de obra
única en la creación de Rodin, pues hacía una serie con varios
primeras piezas a la vez, como ocurrirá con El pensador,
de cuyo original existen al menos tres en la actualidad, se puede
contemplar en los jardines del museo del autor, y no muy lejos de
allí, en la calle donde el dramaturgo vivió en la ciudad del Sena.
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