martes, 13 de diciembre de 2011

PUENTES.



No se realmente ni los que suman, a veces los he intentado contar y me salen más de una veintena, otras veces, mientras sueño la ciudad me salen centenares, miles, y en cada uno hay un tipo vendiendo versos y sonetos, cuadros, y regalando miradas profundas llenas de inteligencia y vivacidad, llenas de horror por la incultura suicidada y de vertiente económica y anti social que se ve en los periódicos, en cada una de las portadas, que se venden a la entrada de otro puente, donde un hombre de mirada turbia y visera verde se enciende una pipa con olor a tabaco dulce.

Los hay de todos los tipos y estilos, metal, piedra, madera, vidrio, de todas las épocas, y con todo tipo de decoración, con candados de amor y con llantos de desesperanza, con dolor y querer, con sueños y pesadillas.

Los hay solo para los turistas, y los hay solo para los enamorados, los hay furtivos y fugitivos, pero también los hay fieles y risueños, como la amante que espera algún día subir de graduación y no tener que besarse entre tinieblas y oscuridades, temiendo una mano acusadora. En fin, los hay para todos y todas, y no hay nada mejor, nada más obvio y triste a la vez que saltar el pretil del Pont Neuf, y sentarse con los pies sobre el Sena viendo amanecer con Notre Dame al fondo.

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