Más belga que francés, más del norte que del sur, pero en fin lo mismo, entre hermanos se dan la mano, mismo idioma, misma gastronómica y mismo chocolate, misma afición, mismo vicio chocolatero, decenas, cientos de locales llevan el cartel, de chocolate belga, chocolate francés, como si fuera una competición, una búsqueda del incansable cliente, del incansable goloso que pasea por las aceras.
De todos los tipos y sabores, cientos de colores y miles de formas, con imágenes, con patina traslucida pero brillante, con denominación y garantía de calidad, en caja de cartón y de metal, rellenos y vacíos, dependiendo del gusto y del gasto.
Paraíso terrenal envuelto en cacao y azúcar, con grandes recordatorios históricos y arquitectónicos, en estos días se triplican las ventas y la producción, una dulce producción, una arquitectura de chocolate, una efímera arquitectura de cacao.
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