El clásico de los clásicos, en medio de una ciudad llena de clásicos, algunos ya desclasificados, como las tiendas de absenta y los bailes en los parques los fines de semana. Otros descafeinados, como este Molino Rojo, que en otra época fue lo que todos pensamos que sigue siendo, pero nada más lejano de la realidad.
Nido de turistas y curiosos, los cancanees se han cambiado por cámaras fotográficas y largas colas de cientos de personas con entrada impresa en escaner láser y cien euros de propina, el café del rojo, ahora es una discoteca de moda, donde simiosos porteros, prohíben la entrada por no ser lo suficientemente cool, o lo suficientemente descerebrado para participar en esa deshonra.
Si Monet, si Degas o Tolouse-Lautrec levantaran la cabeza y lo vieran, como lo he visto yo hoy, como lo han visto tantas personas en los últimos años, simple y llanamente prostituido, simple y llanamente explotado hasta la saciedad, se morirían de nuevo, pero seguro que se llevarían a más de uno con ellos, no harían prisioneros.
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