Me gusta pasear por aquí,
a la vera del río, arriba y abajo, desde el Trocadero hasta el final
de la isla de San Luis, a veces más allá, cruzando sus puentes en
zig zag, tomando fotografías mentales de cada paso, recoveco, de
cada individuo que se cruza en mi camino, de cada barco que se
desliza Sena abajo, de los gestos de los libreros y de las sonrisas
de los ancianos sentados al sol, junto al ayuntamiento, mientras
comentan las últimas noticias del día, o los andares de la mujer
que pasa a su lado.
Me gusta ya lo digo,
sobretodo la parte de la Conciergerie, donde se encuentra la cárcel
medieval donde estuvo encerrada María Antonieta entre otros, cruzar
por la puerta del Tribuna Supremo, viendo frente a mi la torre de
Saint Jacques y la columna de Chatelet, pasar junto al mercado de las
flores, donde abundan las orquídeas y las rosas rojas, o tomarme un
café en cualquier viejo café de la zona de Saint Germain.
Me gusta tanto pasear
por allí, como poco hacerlo por los Campos Elíseos, rodeado de
coches y de turistas, que solo miran los escaparates y los edificios
con la boca abierta, sin ver a donde se dirigen, y sin el menor
cuidado por evitar chocarse con los que no tenemos ningún interés
en las tiendas ni en el gasto. Con los que pensamos que una ciudad
son calles, y paseos más que gastos y tiendas de lujo.
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